- Palabras pronunciadas el 28 de mayo en el funeral de Carlos León Pérez -en la iglesia San Buenaventura, Turrialba-, quien fuera Director Ejecutivo de la Fundación Neotrópica, ingeniero agrónomo, administrador de empresas y destacado músico, así como dirigente comunal y deportivo.
Y es que así te conocí, bromista y sonriente. Fue una espléndida mañana de hace 18 años, ahí en el CATIE y recién llegado yo a dicha institución, a través de Marielos Alfaro, común amiga. En pocos minutos de tratarnos ya estaba riéndome a carcajadas, con tus sabrosas ocurrencias. Y desde ese mismo momento hubo tal empatía, que muy pronto nos convertiríamos en buenos amigos.
A partir de ahí cultivaríamos una linda amistad -junto con nuestras familias y otros queridos amigos- que, sin duda, nos enriquecería a todos.
Sobrado brillo intelectual el tuyo, sumado a tu genuino humanismo y tu sensibilidad, así como un pensamiento de veras propio y un auténtico compromiso con los más necesitados.
Pero siempre, permeándolo todo, esa sonrisa que no te cabía en la cara, igual cuando debatías con seriedad que cuando te deleitabas tocando tu cautivante jazz u otra música en el órgano, feliz de vernos disfrutando tus fiestas de cumpleaños -que eran casi turnos, por el gentío y la abundancia de ricas comidas-, o cuando, como muy a menudo sucedía, recurríamos a las refinadas artes de la chota y la fisga para decirnos cosas ásperas, pero sin que nos hirieran y, más bien, nos deleitaran.
Caminos y sueños compartidos también con Deyanira y tus ejemplares muchachos -Eugenia, Carlos y Fernando-, más doña Iris, con esa calidez familiar y generosidad que los caracteriza, ¡cómo duele no poder perpetuarlos! Porque -duro es reconocerlo- nos quedaron muchas, muchísimas cosas pendientes. Es que uno piensa que siempre habrá tiempo, olvidando lo frágiles y efímeros que somos.
En el balance que hago hoy, percibo que te debo muchas cosas, pero una de las más preciadas es la de haber acrecentado en mí la turrialbeñidad. Creo que no hubo una sola conversación en la que no aflorara este tu amado terruño, tanto en sus hermosos paisajes y parajes, como en las historias y anécdotas de sus nobles y buenas gentes, que eran tu verdadera inspiración y razón de vivir.
Gracias, entonces, por la desbordante alegría que trajiste a nosotros, y con la que transitaste por la vida, sabiéndola disfrutar a plenitud. Se te hizo corta, muy corta la vida pero, también, la asumiste con la intensidad de quien intuye y presiente que todo puede acabarse de manera repentina.
¡Cómo quisiera que esta fuera apenas una turbia pesadilla o, si acaso, nada más que una broma! Pero no lo es, lamentablemente. Y me lacera el alma. Mucho, querido Carlos.